martes, 18 de mayo de 2010
El pintor y el pez (fragmento)
como la memoria, como la revelación. Justo
cuando se encontraba en ese punto de desesperación,
asomó un pez en la superficie oscura
del agua de debajo del malecón y luego se hundió
y luego volvió a aparecer súbitamente.
¡El pintor difícilmente podía dar crédito
a sus ojos y sus oídos! Aquello era
una señal –la fe no intervenía
en ello. La boca del pintor
estaba abierta. Para cuando volvió a casa
dejó de fumar y prometió
que nunca volvería a hablar por teléfono.
Se puso su guardapolvos y cogió
sus pinceles. Estaba listo para
volver a empezar, pero no sabía si en un lienzo
podría entrar todo aquello. No
importaba. Continuaría
en otro lienzo si era necesario.
Sería todo o nada. Relámpagos, agua,
pez, pitillos, cartas, maquinaria,
el corazón humano, aquel viejo puerto.
Incluso los labios de la mujer pegados
al auricular, incluso eso.
El pliegue de su labio."
Raymond Carver
martes, 23 de marzo de 2010
Cardenales
Hortensia: Veinte años…veinte años…
Fratilda: Uno tras otro, día tras día, verdad?
H: ¿Dónde está el norte? Mi brújula ha muerto.
F: (Mirando al cielo alrededor) Mmmmmm… ¿Recuerdas dónde estaba la montaña?
H: Sí, hacia el norte.
F: Vaya… y la casa de los niños?
H: Al este, siempre allí estuvo.
F: Ya… pues no lo sé, lo siento mucho, ahora estoy completamente perdida. No recuerdo donde cayeron las últimas migas. Las vine esparciendo por el suelo desde la montaña, pero no sé donde habrán ido a morir. Tú no has empezado tu barra, no te esfuerzas por volver, Hortensia.
H: ¿Para qué? ¿Para encontrar oscuridad? Nunca ha sido necesario volver a la oscuridad, estás empeñada en seguirme y no hay necesidad, no hay necesidad, si quieres márchate, adiós, en serio, no me haces falta, la luz me basta y me sobra.
F: Si no empiezas tu barra te vas a quedar sola, como tu hijo.
H: Mi hijo no está solo, está muerto.
F: Tu hijo estuvo solo antes de morir, por tener tu misma actitud Se marchó para siempre sin compañía. Se heló, simplemente se fue helando hasta que le hicieron dejar de latir.
H: ¡Que te calles! Hoy no es el día de hablar de hijos, ni de empezar nada. Hoy es el día de buscar el norte y tú no me estás ayudando.
F: Hoy no es el día, hoy no es un día, no hay límite si no hay oscuridad, no hay retorno ni avance, los círculos no se cierran, las velas no se apagan…se limitan a ser barras de cera, Hortensia. Tu hijo es ahora de cera, como lo serás tú si no buscas, por favor.
H: ¿Dónde está el sur?
F: Búscalo tú, yo me voy.
H: ¿Dónde? ¿A buscar a Roberto? Sabes perfectamente que no le vas a encontrar, su vida está oscureciendo.
F: No me frena que él oscurezca. Sé andar sin luz, mis ojos ya están acostumbrados al sentimiento felino. Voy al frente.
H: Vieja loca. ¡No te marches!
F: Oeste.
H: Por favor, si encuentras el norte, vuelve.
(Fratilda marcha, Hortensia arroja su barra de pan, se tumba en el banco y muere)
lunes, 15 de marzo de 2010
No title
Esta noche no hace frío, toco el metal alargado y resbala la temperatura
Esta noche ya se está terminando, no es cierto que no es verdad lo que no se piensa. Que no…
Tardamos demasiado en afirmar el miedo, en rajar de lado a lado, deseamos caer para sentir el levantamiento
Tocamos canciones tristes por justa decepción con las alegrías, lamemos las bocas que nos arrastran al comienzo
Esta noche es.
Delicada, temprana, sin zapatos de rock n’ roll, como los niños que se ahogan en el mar por perder un momento, como los creciditos que paseamos por las circunstancias sin mirarnos a degüello
El ruido de las contraventanas enfurecidas marca el final de los hastiados cabeceos
No te preocupes Blancanieves, para no banalizarte nos masturbaremos en tu puerta, siempre nosotros, siempre sin tiempo.
sábado, 9 de enero de 2010
Joseph
miércoles, 6 de enero de 2010
El último vuelo de Hitler
En el paraje desértico el aire lleva quejidos roncos, gargantas afónicas gritando, chocando contra las piedras y el muro de roca en cuyo ápice se encuentra una balconada natural, erosionada por las lluvias, que sirve de apoyo al joven Hitler.
El viento consigue meterse entre los cabellos de Hitler y así dibujar ondas en su medio flequillo, dándole un toque despreocupado, cosas de la edad.
Al ver la extensión de la tierra desamparada sin escondites, sus botas tiemblan con el movimiento de rodillas y consiguen sacar un sonido seco, el roce de las suelas semimetálicas y la tierra en que se apoyan.
Es tan tarde, o tan pronto que el sol golpea su cuello y su mentón desde abajo, dibujando sombras chinescas en sus labios, haciendo que los relieves de su frente parezcan más profundos con el paso de las horas, o de los años estelares nacionalsocialistas.
Ya con el primer paso que dio hace unos tres minutos sacó mucho en claro, sacó recuerdos de los cajones de madera que se esconden en los barracones de Francia y, ¿Por qué no?, Polonia. Sacó unas cuantas balas a la vez que pisaba, como digo, por primera vez el suelo, y al sentir su temperatura se le deslizaron por la palma sudorosa, cayendo los casquillos uno tras otro, con ritmo regular, manchados de su sudor y saliva.
Dispuesto a dar el segundo paso, mira sus botas, y descubre que los casquillos han socavado con su rodar una esvástica de tela en la tierra rojiza. Siente un choque sonoro hueco en las sienes y avanza medio metro de terreno arrastrando la punta de su cuerpo.
Algo se mueve a ras de suelo.
Un auto acribillado a tiros avanza fluyendo contra la brisa, dejando caer grandes cantidades de agua por los cierres de las puertas y tubos de escape. Lo conduce una imagen incorpórea, transparente, de tacto sutilmente frío y contraído, la cual se desvanece entre el agua que chorrea delante de los ojos de Hitler. En la parte trasera del auto yace muerta una cápsula que le recuerda a un amor femenino, a un perfume penetrante, a unos labios de poder, al pelo rubio de las mejores circunstancias por venir.
Agitado, abre la puerta trasera y comienza a gritar canciones de su infancia mientras abraza la cápsula. Pega el oído a ella y consigue escuchar: “Debemos irnos, para siempre, te recordarán”.
Aunque intenta salir del auto con la cápsula cogida en vilo, las puertas no se mueven, no consigue siquiera abrir las ventanillas, el agua empieza a humedecer los sillones cada vez más alto.
Sintiendo el tacto terminal del líquido en su nuez, y poco más tarde en su nuca, busca un sonido en la estrechez del techo, en el paisaje distorsionado por el agua que ahoga la ventanilla, en los casquillos que se reagrupan allá en lo alto del muro y tiemblan con temblor propio.
Abraza la cápsula. Aprieta los dientes. Los relieves de su frente se extreman. Sus brazos se tensan en consonancia con su respiración. Inspira su pecho, y un disparo lejano tumba la brisa de sus cabellos.
Hay gotas rojizas en la brisa, la arena se oscurece y el cielo huye.
Stones and fountains
I wanna look trough you,
walk into the stormy clouds of your mind,
lick the questions of whether you love me or not.
I wanna grow down the trees of wisdom,
the revolving wisdom of your smile.
I wanna seek runnin’ dogs all over nobody’s land.
I wanna lit the room of yours with a candle made from ice
unveiling the blue shape of some damn past green days.
I need to count the details of your hair to become human,
and so, stop acting my role of time prayer.
Come to me, my little
talk your language from the fourth moon
show anything I could possibly crave
and make me crave your hills and mountains
Your stones and fountains.