Era feliz como antes.
Un día de abril le comunicaron que la luz eléctrica llegaba a su pequeña ciudad junto con unas extrañas pompas de cristal, obra de grandes ingenieros. Al verse sin trabajo, colgó velas en ramas bajas de los árboles para así encenderlas a la noche y ganarse una propina de los paseantes, dejando, por descuido y parecido, algún pintalabios incandescente.
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