sábado, 9 de enero de 2010

Joseph

La noche se había quedado bastante clara pero Joseph seguía encendiendo las farolas con su gran mechero dorado. Ya no veía como antes, y a veces había prendido sin querer alguna pamela de las señoronas que paseaban por su calle cuando iban de luto.

Era feliz como antes.

Un día de abril le comunicaron que la luz eléctrica llegaba a su pequeña ciudad junto con unas extrañas pompas de cristal, obra de grandes ingenieros. Al verse sin trabajo, colgó velas en ramas bajas de los árboles para así encenderlas a la noche y ganarse una propina de los paseantes, dejando, por descuido y parecido, algún pintalabios incandescente.

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