sábado, 9 de enero de 2010

Joseph

La noche se había quedado bastante clara pero Joseph seguía encendiendo las farolas con su gran mechero dorado. Ya no veía como antes, y a veces había prendido sin querer alguna pamela de las señoronas que paseaban por su calle cuando iban de luto.

Era feliz como antes.

Un día de abril le comunicaron que la luz eléctrica llegaba a su pequeña ciudad junto con unas extrañas pompas de cristal, obra de grandes ingenieros. Al verse sin trabajo, colgó velas en ramas bajas de los árboles para así encenderlas a la noche y ganarse una propina de los paseantes, dejando, por descuido y parecido, algún pintalabios incandescente.

miércoles, 6 de enero de 2010

El último vuelo de Hitler

En el paraje desértico el aire lleva quejidos roncos, gargantas afónicas gritando, chocando contra las piedras y el muro de roca en cuyo ápice se encuentra una balconada natural, erosionada por las lluvias, que sirve de apoyo al joven Hitler.


Nada se mueve a ras de suelo.

El viento consigue meterse entre los cabellos de Hitler y así dibujar ondas en su medio flequillo, dándole un toque despreocupado, cosas de la edad.

Al ver la extensión de la tierra desamparada sin escondites, sus botas tiemblan con el movimiento de rodillas y consiguen sacar un sonido seco, el roce de las suelas semimetálicas y la tierra en que se apoyan.

Es tan tarde, o tan pronto que el sol golpea su cuello y su mentón desde abajo, dibujando sombras chinescas en sus labios, haciendo que los relieves de su frente parezcan más profundos con el paso de las horas, o de los años estelares nacionalsocialistas.

Ya con el primer paso que dio hace unos tres minutos sacó mucho en claro, sacó recuerdos de los cajones de madera que se esconden en los barracones de Francia y, ¿Por qué no?, Polonia. Sacó unas cuantas balas a la vez que pisaba, como digo, por primera vez el suelo, y al sentir su temperatura se le deslizaron por la palma sudorosa, cayendo los casquillos uno tras otro, con ritmo regular, manchados de su sudor y saliva.

Dispuesto a dar el segundo paso, mira sus botas, y descubre que los casquillos han socavado con su rodar una esvástica de tela en la tierra rojiza. Siente un choque sonoro hueco en las sienes y avanza medio metro de terreno arrastrando la punta de su cuerpo.

Algo se mueve a ras de suelo.

Un auto acribillado a tiros avanza fluyendo contra la brisa, dejando caer grandes cantidades de agua por los cierres de las puertas y tubos de escape. Lo conduce una imagen incorpórea, transparente, de tacto sutilmente frío y contraído, la cual se desvanece entre el agua que chorrea delante de los ojos de Hitler. En la parte trasera del auto yace muerta una cápsula que le recuerda a un amor femenino, a un perfume penetrante, a unos labios de poder, al pelo rubio de las mejores circunstancias por venir.

Agitado, abre la puerta trasera y comienza a gritar canciones de su infancia mientras abraza la cápsula. Pega el oído a ella y consigue escuchar: “Debemos irnos, para siempre, te recordarán”.

Aunque intenta salir del auto con la cápsula cogida en vilo, las puertas no se mueven, no consigue siquiera abrir las ventanillas, el agua empieza a humedecer los sillones cada vez más alto.

Sintiendo el tacto terminal del líquido en su nuez, y poco más tarde en su nuca, busca un sonido en la estrechez del techo, en el paisaje distorsionado por el agua que ahoga la ventanilla, en los casquillos que se reagrupan allá en lo alto del muro y tiemblan con temblor propio.

Abraza la cápsula. Aprieta los dientes. Los relieves de su frente se extreman. Sus brazos se tensan en consonancia con su respiración. Inspira su pecho, y un disparo lejano tumba la brisa de sus cabellos.

Hay gotas rojizas en la brisa, la arena se oscurece y el cielo huye.

Stones and fountains




I wanna look trough you,

walk into the stormy clouds of your mind,

lick the questions of whether you love me or not.



I wanna grow down the trees of wisdom,

the revolving wisdom of your smile.


I wanna seek runnin’ dogs all over nobody’s land.


I wanna lit the room of yours with a candle made from ice

unveiling the blue shape of some damn past green days.


I need to count the details of your hair to become human,

and so, stop acting my role of time prayer.


Come to me, my little

talk your language from the fourth moon

show anything I could possibly crave

and make me crave your hills and mountains

Your stones and fountains.